En un restaurante es común escuchar al camarero hacer la siguiente pregunta ¿vino blanco o tinto? Limitando en muchos casos, a que el cliente elija un vino rosado. De este modo, se pierde una excelente opción transversal, de color diferente que responde a la demanda recurrente de vinos frescos y agradables, con bajo contenido de alcohol. Personalmente, creo que es bueno conocer los mitos y verdades sobre el vino rosado, para no excluir una tipología que avanza haciéndose espacio entre las preferencias de los distintos paladares en el mundo, sin estridencias, pero con crecimiento constante.
El primer mito que por su gran alcance merece esclarecerse inmediatamente, es el creado en torno a la producción de los vinos rosados; basados en una vieja usanza, todavía alguno repite que se obtienen mediante la mezcla de vinos blancos y tintos. Hoy, ésta es una práctica prohibida por ley en todos los países vitivinícolas del mundo. Los únicos vinos rosados que se pueden producir de esta manera, son con la base de espumantes, como el Champagne y el Franciacorta. Los rosados son creados usando técnicas enológicas específicas y con uvas especiales para ese fin, no deben ser considerados como vinos de calidad inferior o de clasificación incierta.
Los vinos rosados, se producen con variadas técnicas de vinificación, cada una de las cuales, le permite obtener un resultado con cualidades distintas, pero todos tienen una característica común: se producen a partir de uvas rojas. La producción de vinos rosados se puede resumir – en términos generales – como un proceso que se inicia en el mismo camino de los vinos tintos y continúa como la de los vinos blancos. En consecuencia los rosados no tienen la misma estructura de los vinos tintos, son menos astringentes, pero adoptan toda la frescura de los vinos blancos y esa gama de color «intermedia» entre blancos y tintos.
El rosa del vino no es necesariamente rosa, o más bien, no sólo. Se lo llama vino rosado porque la gama del rosa que le da color a este vino, suele abarcar un pantone enorme, que en sus extremos va desde el salmón o rosado muy pálido, hasta el rojo claro. El color depende del tiempo de maceración del mosto con la piel, máximo 48 horas, sumada a la capacidad de coloración de la uva. Al final de la maceración, el mosto se separa de las pieles y así el proceso de producción continúa exactamente como para los vinos blancos.
Los vinos rosados son frutales y ligeros, para parangonarlos, hay que imaginarse una cesta de frutas, llena de fresas, frambuesas y cerezas todas juntas en una botella de vino. El vino rosado si bien tiene el dulzor presente, también tiene una ligera acidez que los hace frescos y agradables sin empalagar la boca. Se toman fríos y resultan refrescantes, su temperatura debe ser inferior a la de un vino tinto (16/18º) y superior a la de un blanco (8/10º).
El vino rosado no es sólo para acompañar una tarde cálida y pasar un momento agradable leyendo un libro o viendo tu película favorita, también por versatilidad si eres fanático del sushi y de la comida tailandesa o la pizza, los vinos rosados son una excelente opción para equilibrarlos, también son excelentes para acompañar un plato a base de salmón ahumado, pasta con almejas y camarones, además de postres como tartas de frutas o budines de fresa.